Había salido de la psicóloga, y tenía que hacer tiempo hasta la próxima reunión. Por esto no me gusta ir a la psicóloga temprano, porque después quiero terminar el día y poder pensar. Ese día no podía, porque tenía una reunión en la facultad. Hice entonces el repaso mental de siempre, viendo qué bares había acá, allá, y de camino, y si me desviaba un poco. Y no me convencía ninguno, obvio. Los bares que a mí me gustan existen solo en mi cabeza, el resto son todas versiones imperfectas, unas más, unas menos. Decidí que sería mejor ir para el lado de la facultad, y ver por ahí.
No quería ir a ninguno de los que ya sabía que no me gustaban, quería descubrir otro bar, uno nuevo, que no me gustara. Di una vuelta y terminé descubriendo que sobre el pasaje, a veinte metros de la esquina, había uno chiquito que nunca había notado. Creo que mucha gente no lo habría notado, porque era apenas la puerta y una venta pequeña, no parecía un café. Entré pensando que serían dos horas de lectura y escritura, y con suerte un café decente. No había terminado de cerrar la puerta cuando escucho la voz de quien en seguida descubriría como el mozo: «Ah, bueno, pero mirá quién vino!». Y en seguida todas las miradas, que no eran tan pocas como habría querido, clavadas sobre mí.
~
No hay comentarios:
Publicar un comentario