La noche estaba fresca, finalmente, después de un día pesado. Se permitió abrir un rato la ventana, para que entrara un poco de aire nuevo. Se sentó, presto a leer, y no llegó a terminar el primer párrafo que se levantó a cerrar, le entró en seguida la odiosa ansiedad. Empezó a cerrar y se frenó. Abrió. Se frenó. Pensó que si se quedaba ahí, mirando por la ventana, entonces nada podía entrar, nada podía pasar, estaría bien. Podría fumar, incluso, pensó, y rápido manoteó el atado en el bolsillo del pijama. Se acercó la copa a ventana, y entonces sí, ya más tranquilo, miró por la ventana mientras fumaba y disfrutaba de la fresca. Desde el piso alto se veían muchas luces debajo, pero mirando al frente, la oscuridad.;
Rogelio le tenía miedo a la oscuridad, a lo desconocido, a lo extraño, a la noche, a lo sórdido que se imaginaba que pasaba cuando bajaba el sol. No salía del departamento del último piso después del ocaso si podía evitarlo, y en general podía evitarlo. Se quedaba leyendo y fumando, escuchando tango o jazz, o a veces blues del primero. No es que temiera algo en particular, realmente, es que simplemente le tenía miedo a la oscuridad.
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